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Gráfico para el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Aparece una mujer vestida con bata blanca y sosteniendo una probeta con un líquido que echa burbujas. En su pelo se lee el título del día.

Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia: un puente para cruzar la brecha de género

 

El Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra mañana 11 de febrero, es el momento perfecto para hablar del efecto Matilda y para poner en valor la labor del nuestro equipo de científicas, así como a amplificar sus voces en relación con la discriminación de género en sus respectivas áreas.

 

Esta fecha tan señalada, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, busca paliar los estereotipos de género dentro del ámbito de la ciencia y de la tecnología (STEM), visibilizar el trabajo de las mujeres que pertenecen a esos campos y fomentar la vocación científica en niñas y adolescentes.

 

Según la Unesco las mujeres solo representan un 28,5% del total de puestos en carreras científicas, en lugar del 50% que les correspondería, y lo más alarmante es que las cifras de alumnado femenino decrecen muy rápido. Las investigadoras, además, suelen tener carreras más cortas y peor pagadas, y a menudo no se las tiene en cuenta para los ascensos.

 

La situación actual exige reforzar los lazos entre la ciencia, la política y la sociedad para buscar estrategias orientadas a mejorar el futuro de niñas y mujeres. La iniciativa #NoMoreMatildas, impulsada por la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), contribuye a esos objetivos rescatando el papel de importantes mujeres científicas en la historia.

 

 

El efecto Matilda

El efecto Matilda es un prejuicio sexista que mina los logros de las científicas, a menudo atribuyendo su trabajo a compañeros o parejas de género masculino. La activista sufragista Matilda Joslyn Gage lo denunció ya en 1883 en su ensayo La mujer como inventora, aunque el término no fue acuñado hasta 1993 por la historiadora de la ciencia Margaret W. Rossiter.

 

Este fenómeno, repetido sistemáticamente a lo largo de la historia, ha hecho que la autoría de descubrimientos y contribuciones de importantes científicas como Rosalind Franklin (química), Marie Tharp (geóloga) o Katherine Johnson (matemática) se atribuyan a hombres científicos. Esto perpetúa los estereotipos de género que vinculan la ciencia con la masculinidad y contribuye al descenso de las mujeres en carreras científicas.

 

 

#NoMoreMatildas

El movimiento #NoMoreMatildas plantea la pregunta: ¿qué habría pasado si Einstein hubiera nacido mujer? Pero para responderla no tenemos que elucubrar mucho: Mileva Marić, la primera esposa de Albert Einstein, fue una destacada matemática que por presión social se vio obligada a abandonar su carrera universitaria al quedarse embarazada, y que a pesar de ello no dejó de estudiar y desarrollar teorías físicas junto a su marido. Los logros nacidos de su colaboración se los llevó él, cuya carrera despegó al publicar cuatro artículos que cambiaron para siempre las leyes de la física. Ella falleció sin haber recibido ningún tipo de reconocimiento público o científico.

 

La necesidad de empoderar a las mujeres y las niñas para que puedan acceder y participar en espacios científicos hace necesaria no solo la concienciación acerca del efecto Matilda, sino un cambio en el sistema educativo para que este pueda mitigarse hasta desaparecer. Conseguir una mayor presencia de científicas en libros escolares es el primer paso para despertar una vocación científica en las niñas e impulsarlas a luchar contra los estereotipos de los que nos empapamos desde edades tempranas.

 

Educarnos y seguir peleando contra la desigualdad, sin embargo, es trabajo de todos.

 

 

Las científicas de Paleoymás

En nuestro equipo contamos con brillantes científicas. Hemos entrevistado a tres de ellas para tener la oportunidad de conocer sus experiencias y oír lo que tienen que decir al respecto de ellas, ya que sus testimonios revelan los entresijos del aspecto que toma la discriminación en distintos ámbitos científicos.

 

Todas pertenecen a disciplinas diferentes, con muchos posibles roles en el ámbito laboral, pero en este caso se centran de manera general en la parte de consultoría y obras de las áreas de arqueología, medioambiente, geología y paleontología.

 

Arqueóloga sosteniendo una calavera en una prospección arqueológica.

Eva sosteniendo una calavera durante una prospección arqueológica.

Eva Giménez es arqueóloga y su trabajo es variado: tareas de campo, prospecciones y excavaciones arqueológicas, informes… Actualmente está haciendo un inventario de materiales arqueológicos de una excavación. Siempre le llamaron la atención las ciencias: de niña quería ser veterinaria, luego, con siete años, pasó a egiptóloga, pero por las dificultades que presentaba estudiar esta carrera se decidió por arqueología.

 

Sandra González es geóloga y su trabajo está centrado tanto en la consultoría y las obras (seguimientos de material paleontológico, prospecciones, tareas de laboratorio…) como en la musealización del patrimonio, creando contenidos para museos, rutas y centros interpretativos. Las ciencias le llamaron la atención desde el principio, aunque hasta bachillerato quería ser arquitecta, y terminó en geología al buscar carreras relacionadas con la naturaleza.

 

María García es técnica de gestión ambiental y coordina el departamento de medioambiente, que se encarga de realizar estudios y documentos de impacto ambiental, prospecciones de flora y fauna, y algunas más específicas como avifauna y limnología. Al principio quería ser bióloga marina, pero en el instituto, tras un impás en el que quiso abandonar las ciencias puras para hacer psicología, una profesora de biología la hizo cambiar de opinión. Terminó cursando una carrera de ciencias ambientales y un máster de ecosistemas.

 

El paso por etapas educativas superiores ha sido diferente para cada una, pero todas coinciden en que no sufrieron discriminación por parte de sus compañeros aun si hubiera mayoría masculina entre los alumnos. En el caso de los profesores, en cambio, Sandra comenta: “aunque no era lo habitual, había algún profesor arcaico, con la convicción de que la mujer tiene que estar en casa con los hijos. Se notaba en el trato”.

 

Una vez terminados los estudios y sumergiéndose en el mundo laboral la situación empeora; Eva, que de las tres es la que cuenta con más años de experiencia, afirma que la discriminación empieza incluso en el proceso de selección de equipo humano. “Cuando llegas a una determinada edad en la que se presupone que si aún no tienes hijos los tendrás pronto, hay veces que no te contratan a ti”.

 

Elegir para un puesto de trabajo a un hombre en lugar de una mujer solo porque este no presenta la posibilidad de quedarse encinta es solo la punta del iceberg. A pesar de la variedad de sus profesiones, todas coinciden en que sin duda la peor cara de su trabajo es la relacionada con las labores de obra. “El mundo de la construcción es masculino total”, dice María. “Me ha pasado el presentarme a una reunión que tenía muy preparada, en la que me habían citado a mí específicamente, y que al llegar ni siquiera me miraran cuando hablaba. Le respondían al compañero que llevé de apoyo, como si fuera él el que estaba hablando”. Esta es una experiencia común: Eva también afirma que algunos peones de obra van a ratificar sus órdenes con sus compañeros, aunque sea ella la directora de actuación. Sandra coincide: “Cuando voy con compañeros chicos siempre les hacen más caso que a mí. A veces me hacen sentir como si fuera un adorno”.

Geóloga durante unas tareas de prospección.

Sandra durante tareas de prospección.

 

 Eva tiene muy clara la actitud que hay que adoptar en estos casos. “Te tienes que fortalecer y blindar. Tienes que hablar en su idioma. Recuerdo una obra en la que los peones no me tomaban en serio, pero al ponerme más firme terminaron acatando mis órdenes. De hecho, al terminar la excavación les ofrecieron otro trabajo y uno de ellos me preguntó: ‘¿tú vienes con nosotros, no?’ Yo le dije que no. Y me dijo: ‘si tú no vas yo no voy’”.

 

Alzando o no la voz, las tres están de acuerdo en que las obligan a esforzarse en hacerse respetar a pesar de que los hombres cuentan automáticamente con esa deferencia. “Me pongo la careta de mujer seria e incluso un poco de mala leche, porque si no, no te respetan”, dice Sandra. María añade: “esa es la palabra: seria. Tienes que serlo incluso en los emails, y dar un 110% para que te traten bien”.

 

Que tus compañeros y tus superiores te respeten no significa que trabajadores externos vayan a hacerlo, y no existe hay una fórmula exacta para desenvolverse en estas situaciones. La reacción depende vastamente del carácter de cada una, de la situación y de las personas con las que se encuentren. “En alguna ocasión mis compañeros recriminan esas actitudes”, dice María, “pero para mí es incómodo también. Y si no se dan cuenta o están cómodos en un rol en el que les están dando más peso del que les corresponde, tú tampoco puedes hacer nada. Si montas una escena ya sabes lo que pasa: eres una histérica”.

 

Independientemente de la regularidad con la que ocurren este tipo de situaciones, es innegable que suponen una lacra para las mujeres y que les dificulta el trabajo, añadiéndoles una nueva capa de responsabilidad. “El tener que estar pensando, aparte de qué vas a decir, en cómo lo dices para que te escuchen y no te tomen a broma, es un ruido mental constante”, reconoce María. “A veces te preguntas ‘¿por qué tengo que estar demostrando de más?’”.

María, técnico ambiental, durante la ejecución de unos trabajos de gestión ambiental. Aparece sobre una piragua en un río.

María durante la ejecución de unos trabajos de gestión ambiental.

 

La discriminación se traduce en indisciplina y resistencia, pero no es la única consecuencia: el salario también puede llegar a ser un factor importante. “En algunos sitios he cobrado menos por ser mujer”, cuenta Eva. “Teníamos el mismo puesto y recibíamos la misma carga de trabajo, pero yo cobraba menos”. “Ese tipo de cosas parecen sacadas del Jurásico”, dice María, “pero que no te pase a ti no significa que no esté pasando”.

 

En algunos casos el sexismo adopta una postura menos violenta, que a pesar de su disfraz de caballerosidad sigue creando una brecha entre hombres y mujeres. María declara: “algunas veces a los chicos se les exige más físicamente y a las chicas, menos. Lo hacen como un gesto de cortesía, pero en realidad te están menospreciando. Tú puedes hacer exactamente lo mismo que tus compañeros y estás dispuesta a hacerlo. Esa condescendencia sobra”.

 

No obstante, no todas las áreas de trabajo son iguales, y si miramos fuera del mundo de la obra el sesgo de género parece reducirse. “Cuando te mueves con gente más académica, en un entorno más científico, no es tan exagerado. En oficina está todo más normalizado, y los hombres con los que tratas tienen compañeras y jefas”, sostiene María. Luego puntualiza: “aunque gente así la hay en todas partes”. Sandra va tan lejos como para declarar que los prejuicios parecen invertirse en la sección de su trabajo que se ocupa de la musealización del patrimonio. “Diría que a veces ven mejor que seamos nosotras las que estamos a cargo, y que piensan que gestionamos mejor el diseño, el ‘dejarlo todo bonito’”.

 

En resumen, si nos centramos en los mecanismos de afrontamiento al sexismo en el ámbito científico estos parecen ser los mismos que los necesarios para lidiar con el mismo problema en otras áreas: mentalizarse de lo que te espera, mantenerte firme y emplear toda la autoridad con la que cuentas.

 

Pero ¿qué hay de soluciones más radicales?

 

“No creo que haya un remedio concreto”, dice Eva con cautela. “Acabar con el machismo en la sociedad sería lo ideal. Pero creo que conforme seamos más mujeres en este campo ejerceremos más presión y ya no seremos consideradas un elemento extraño. Sandra es optimista en este sentido. “Espero que conforme las generaciones se vayan renovando haya menos discriminación. El aumento del número de mujeres va de la mano, claro. Así mejorarán las cosas”.

 

Indudablemente esta es una batalla que durará años, y que necesitará en sus filas tanto a mujeres como a hombres. Esforzarnos por escuchar y entender las experiencias de las mujeres es solo el prefacio de la lucha por el derecho a que todas las personas sean tratadas de manera equitativa, independientemente de su género.

 

 

 

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