976 32 65 65 info@paleoymas.com
Qué es el cambio climático

¿Qué es el cambio climático?

 

El pasado lunes, 22 de abril, fue el Día Internacional de la Tierra. La efeméride se declaró oficialmente en 2008, pero tiene su origen en los años 70, cuando más del 10% de la población estadounidense tomó las calles para protestar contra el deterioro del medio ambiente, sentando un precedente en la coordinación de esfuerzos para la conservación del planeta.

 

El año pasado os contamos con más detalle el origen del Día de la Tierra, hablamos del papel de los libros científicos para la divulgación de la ciencia y compartimos una lista de lectura compuesta por diez obras relacionadas con varias disciplinas científicas que nos tocan de cerca, que puedes consultar aquí. Este año, sin embargo, hemos decidido centrarnos en una de las mayores amenazas, si no la peor, que atenazan al planeta Tierra en la actualidad: el cambio climático.

 

Día de la Tierra

 

 

El cambio climático

Si hablamos de nuestro planeta es, por desgracia, imposible no hablar del cambio climático.  Pero ¿qué es exactamente el cambio climático?

 

Cuando hablamos del clima nos referimos a las condiciones meteorológicas habituales en un lugar determinado: si es frío o cálido, si es húmedo o seco. Es menos variable que el tiempo atmosférico, que puede cambiar con relativa rapidez, pero también lo hace. De hecho, a lo largo de la historia de la Tierra, esta ha sufrido importantes variaciones del clima debido a causas naturales. Por eso, el término cambio climático se refiere, en general, a los cambios a largo plazo de las temperaturas y patrones climáticos. Se trata de cambios muy lentos, de millones de años.

 

Sin embargo, el cambio climático del que hablamos en la actualidad se refiere a uno concreto, al cambio climático antropogénico, producido por nuestra especie. Desde el siglo XIX, más o menos desde la Segunda Revolución Industrial, actividades humanas como nuestra forma de producción y consumo, relacionadas con la quema de combustibles fósiles, han sido las principales impulsoras de este cambio climático, a través del conocido efecto invernadero.

 

 

¿Qué es el efecto invernadero?

Aunque es un término que suele tener connotaciones negativas, el efecto invernadero es, de manera natural, el responsable de que nuestro planeta tenga las condiciones necesarias para albergar la vida, ya que hace que nuestra atmósfera retenga parte del calor que llega del sol, además de otros gases necesarios para nuestro hábitat. Gracias a este proceso la temperatura media de la Tierra es adecuada para la el desarrollo de la vida. 

 

El problema viene cuando la producción de esos gases se dispara, potenciando dicho efecto invernadero. La emisión desmedida de gases como el dióxido de carbono o el metano, procedentes del consumo de gasolina y el carbón, la agricultura y actividades relacionadas con el petróleo y el uso del suelo, son los principales agravantes del efecto invernadero. Este consumo descontrolado de combustibles (y las emisiones que generan), junto con otras acciones fruto de la industrialización —como la deforestación, o la destrucción de ecosistemas terrestres y marinos— están potenciados por el aumento exponencial de la población, que requiere un consumo de recursos cada vez más desmedido.

 

La suma de todo esto termina provocando el calentamiento global, que no es lo mismo que el cambio climático, pero que tiene mucho que ver.

 

Día de la Tierra

 

Diferencia entre el calentamiento global y el cambio climático

Los términos cambio climático y calentamiento global están tan entrelazados que a veces se usan (erróneamente) de manera intercambiable.

 

El calentamiento global está provocado por el descontrol de la emisión de gases de efecto invernadero. Consiste en el calentamiento literal del planeta, elevando las temperaturas a mucha más velocidad de la habitual en la historia de la Tierra —la temperatura media es 1,1ºC más elevada que a finales del siglo XIX, y en general más elevada que en los últimos 100 000 años. Además, la década 2011-2020 fue la más cálida jamás registrada, y cada una de las cuatro últimas décadas ha sido progresivamente más caliente que cualquier otra desde 1850. No solo eso: se prevé que las temperaturas seguirán aumentando hasta 4ºC para el año 2100, cuando los cambios serán ya irreversibles—.

 

Esto significa que en los últimos 200 años hemos provocado un cambio climático que se desarrolla con demasiada rapidez, lo que impide que la naturaleza y las sociedades humanas tengan tiempo a adaptarse a las nuevas condiciones. Aunque dos siglos nos parezcan un plazo muy extenso, en realidad no son más que un suspiro en la historia de la Tierra.

 

Sin embargo, el cambio climático no es solo el calentamiento global. La elevación de la temperatura media es solo parte de un sistema interconectado en el que influye cualquier cambio, y que genera otras consecuencias: sequías, escasez de agua, disminución de la biodiversidad, deshielo de los polos, aumento del nivel del mar, inundaciones… El contenido calorífico de los océanos, por ejemplo, ha alcanzado niveles sin precedentes esta década, y el nivel medio del mar llegó a un nuevo máximo en 2021 tras aumentar 4,5 mm anuales entre 2013 y 2021 (más del doble que entre 1993 y 2002). Las olas de calor son más intensas, duraderas y frecuentes que nunca, y se producen fenómenos meteorológicos extremos como tormentas, huracanes y mega-incendios.

 


En resumen, el modo de vida humano potencia el efecto invernadero por encima de sus procesos normales, generando el calentamiento global, el cual desencadena a su vez, como un juego de dominó, una serie de consecuencias que modifican las condiciones de la Tierra, provocando el llamado cambio climático.

 

Día de la Tierra

 

 

Recoger lo sembrado: consecuencias del cambio climático

El cambio climático trae consigo consecuencias negativas que ponen en peligro no solo la supervivencia de fauna y flora en la Tierra, sino también la del ser humano.  La alteración del clima afecta a los sistemas naturales: las especies silvestres migran para buscar otras condiciones climáticas o cambian sus ritmos vitales para tratar de adaptarse, produciendo desajustes ecológicos. A nosotros nos afecta a través de cambios en actividades como la agricultura o la ganadería, la aparición de nuevas enfermedades u olas de calor que ponen en peligro nuestra salud, e incluso los fenómenos meteorológicos y desastres naturales que afectan a nuestra seguridad, a nuestras viviendas y nuestros modos de vida.

 

En general, las principales consecuencias del cambio climático son los cambios en los ecosistemas, la desertificación, el derretimiento de los polos y su consecuente subida del nivel del mar, la acidificación de los océanos, los fenómenos meteorológicos extremos, la extinción de las especies y las migraciones masivas. Estos fenómenos ambientales tienen profundas consecuencias sociales y económicas, potenciadas en países menos preparados estructuralmente para soportar inclemencias naturales.

 

Aunque comúnmente se utiliza la expresión “nos estamos cargando el planeta”, nuestra gestión negligente de los ecosistemas como especie dominante no está poniendo en peligro la Tierra, sino nuestra propia supervivencia. El planeta ha sufrido crisis ambientales desde hace 4500 millones de años —solo a lo largo de los últimos 600 millones de años ha habido por lo menos cinco episodios de extinción masiva— y sigue en pie. Nuestras acciones, sin embargo, nos pasan factura directamente a nosotros, y a algunas de las especies que han tenido la mala suerte de ser nuestras cohabitantes.

 

Por tanto, ponerse manos a la obra y revertir la situación no es un gesto altruista por conservar el planeta, sino que debería tratarse de un instinto de pura autoconservación.

 

Día de la Tierra

 

 

El rastro de migas de pan del cambio climático

Aunque sea difícil de creer, la ciencia de lo que conocemos como el cambio climático se conoce desde hace 200 años. Comenzó con el científico Joseph Fourier calculando a principios del siglo XIX cuánta energía del sol llegaba a nuestro planeta, y dándose cuenta de que la Tierra debería estar mucho más fría de lo que estaba.

 

Unas décadas más adelante la científica Eunice Newton Foote ejecutó una serie de experimentos en los que comparó el calentamiento del aire en diversas condiciones, y descubrió que el mayor grado de calentamiento se producía con CO2, hecho que corroboró más tarde el científico John Tyndall (y a quien preocuparon las consecuencias de pequeños aumentos de cantidades de CO2). A finales de siglo, el matemático Svante Arrhenius concluyó que reducir estos niveles en la atmósfera a la mitad supondría un descenso de la temperatura planetaria de entre 4 y 5ºC.

 

No fue hasta los años 60-70 del siglo XX cuando nació el ecologismo moderno de la mano de Rachel Carson y su obra Primavera silenciosa, momento en que la comunidad científica recibió un toque de atención y empezó a relacionar la actividad humana con la degradación del planeta. Poco a poco los científicos se posicionaron a favor de este enfoque, y para los años 90 se llegó al consenso de que el efecto invernadero y la actividad humana estaban involucrados en el cambio climático.

 

Todos pudimos comprobar de primera mano nuestra influencia en el planeta (o su recesión) durante el desarrollo de la pandemia: la crisis del covid-19 generó la mayor caída en la emisión de CO2 que se haya registrado en la historia a través de la bajada de consumo, principalmente por la disminución del transporte terrestre. Los gases contaminantes disminuyeron en la atmósfera, incluso el planeta empezó a vibrar menos, y los animales comenzaron a pasear con libertad por zonas previamente ocupadas solo por los humanos.

 

Evidentemente, una crisis sanitaria como la pandemia del covid-19 no es la solución al cambio climático, no solo porque tiene su raíz en el sufrimiento humano, sino porque además sus efectos positivos en el medioambiente son temporales y reversibles. Para lograr una disminución notable del COen la atmósfera debe lograrse una reducción a nivel global y de manera sostenida durante largos periodos de tiempo.

Rachel Carson

Rachel Carson. Foto de Thomas Brosnihan.

 

Romper con un problema sistemático

En 1992 países de todo el mundo adoptaron un gran acuerdo para frenar el cambio climático, llamado Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que marcó el pistoletazo de salida de una serie de largas y complejas negociaciones para concretar objetivos y compromisos. La COP21 (Conferencia de Partes), celebrada en 2015, marcó tres grandes objetivos en su Acuerdo de París: mantener el aumento global de la temperatura por debajo de los 2º, preferiblemente limitándolo hasta 1,5º únicamente; aumentar la capacidad de adaptación a los efectos adversos del cambio climático, promoviendo un desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero, y orientar los flujos financieros para lograr un desarrollo resiliente al clima y de bajas emisiones.

 

El problema es enrevesado: según Greenpeace, el sector energético es uno de los mayores contribuidores al calentamiento global, ya que menos de 100 empresas son responsables de casi 2/3 de las emisiones mundiales, y solo 20 de ellas, dedicadas a los combustibles fósiles, emiten nada menos que el 35% de los gases de efecto invernadero de todo el mundo. En concreto España, junto con otros cinco países de la Unión Europea, emite el 66% de los gases de efecto invernadero de todo el continente, la mayor parte debida a la quema de combustibles para usos energéticos o de transporte.

 

La única solución es cambiar este modelo insostenible y transicionar a un sistema energético eficiente, inteligente y renovable, prescindiendo de los combustibles contaminantes y de la energía nuclear. Este cambio reducirá las emisiones que echan leña al fuego del calentamiento global, pero es un cambio urgente. La coordinación entre países es fundamental, por lo que se han ido fijando medidas como incentivos para la innovación de energías limpias, o los impuestos sobre actividades nocivas.

 

A pesar de que muchos países se han comprometido a alcanzar las emisiones cero para 2050, la mitad de sus recortes deben producirse antes de 2030 si queremos llegar al objetivo de mantener el calentamiento por debajo de 1,5ºC. Esta acción climática requiere amplias inversiones económicas por parte de gobiernos y empresas, pero a la larga, no actuar nos saldrá mucho más caro.

 

El año pasado el Tribunal de Estrasburgo llevó a cabo varios juicios relativos a la crisis climática, siendo el primero de ellos la denuncia de más de 2000 abuelas de Suiza que demandaron a su gobierno por no hacer lo suficiente para reducir el calentamiento global. En otro juicio, seis jóvenes portugueses con el apoyo de la Global Legal Action Network (GLAN) denunciaron a nada menos que 32 gobiernos por inacción climática, entre ellos España y Portugal. Hace unos días el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) respondió a la primera denuncia condenando a Suiza, que tiene la obligación legal de corregir las violaciones constatadas por los jueces europeos.

 

Esta resolución es un precedente histórico y un toque de atención al resto de Europa, ya que muchos estados incumplen las medidas tomadas para frenar el cambio climático, ralentizando el proceso de una solución que nos beneficia a todos.

 

¡Pero no todo está perdido! Aunque el futuro en ocasiones parezca desalentador, estamos todavía a tiempo de actuar.

 

Día de la Tierra

 

 

Soluciones para el cambio climático

Conociendo el origen de la mayor parte de las emisiones que agravan el calentamiento global, es fácil desmotivarse pensando que como personas individuales no podemos revertirlo, o incluso querer desprenderse de la responsabilidad de hacerlo. Pero la Tierra es el planeta de todos, y juntos debemos aportar nuestro granito de arena para tratar de dejarlo mejor de lo que lo encontramos, y ponérselo más fácil a las generaciones venideras. El cambio climático es un desafío social global.

 

Algunas de las medidas que podemos tomar como ciudadanos de a pie son las siguientes:

 

  • Reducir nuestras emisiones de CO2. Para ello podemos empezar por calcular nuestra huella de carbono (puedes hacer un sencillo test aquí) y valorar distintas opciones que nos permitan reducir las emisiones que producimos actualmente: usar más el transporte público y menos el privado, reducir el consumo de alimentos que dejan una huella más profunda en el planeta, como la carne, o utilizar el lavavajillas en lugar de fregar a mano, por ejemplo.
  • Ahorrar energía. Pequeños y archiconocidos gestos como desconectar aparatos que no estamos usando, aprovechar al máximo la luz natural o emplear bombillas LED nos permiten no solo ahorrar unos céntimos en nuestras facturas, sino también reducir la nuestra huella energética. Invertir en mejoras de nuestras viviendas, como por ejemplo el aislamiento, o incluso la generación de energía a través de placas solares, también puede suponer un gran impacto en este ahorro.
  • Consumir localmente. Apoyar el comercio local no solo ayuda a desarrollar la economía del territorio, sino que reduce nuestra huella de carbono y las emisiones en general, y además facilita que consigamos productos más frescos. La globalización ha traído consigo la posibilidad de hacernos con cualquier producto de cualquier parte del planeta, y nos hemos acostumbrado tanto que a veces se nos olvida la cantidad de kilómetros que se recorren, y la energía que se gasta en que alimentos u otros productos den la vuelta al mundo para llegar hasta nosotros.
  • Seguir las tres erres. Reducir, reutilizar y reciclar, un mantra que todos conocemos y que no pasa de moda. Son los tres pilares de la economía circular y ayudan a consumir menos, a hacer un mayor aprovechamiento de lo que ya tenemos, y a aprender a desecharlo de la mejor manera posible cuando ya ha terminado su vida útil. Tenemos una responsabilidad con nuestras posesiones, y en la medida de lo posible debemos salir de la mentalidad de “usar y tirar”. Esta responsabilidad abarca cosas como no fomentar la fast fashion —en la medida en la que nuestras posibilidades económicas nos lo permitan—, aprender a gestionar correctamente los residuos, y ser conscientes de la cantidad de plásticos (especialmente de un solo uso) que compramos y empleamos.
  • Exigir medidas a los gobiernos. Tener en cuenta al medioambiente a la hora de votar en las elecciones, exigir cambios y esfuerzos por parte del gobierno en la gestión medioambiental, y apoyar las medidas ya existentes como el transporte público sostenible o el sistema de reciclaje de residuos, son acciones que impactan a corto y a largo plazo en nuestra calidad de vida y en la salud del planeta.
Campaña EEI

Equipo medioambiental de Paleoymás durante trabajos acuáticos.

 

Paleoymás y el cambio climático

Nuestro equipo no se queda atrás en el compromiso con la lucha contra el cambio climático. Además de las diversas soluciones que podemos adoptar individualmente, como consultoría patrimonial y medioambiental no solo nos interesa aprovechar los bienes culturales y naturales, sino también protegerlos.

 

Visibilizar los obstáculos a los que nos enfrentamos a través de la celebración de efemérides como el Día de la Tierra es el primer paso; concienciar es proteger, y en Paleoymás sabemos de primera mano que la educación ambiental es la base indiscutible del compromiso con el mundo natural, y una potente herramienta de conservación.

 

Teniendo esto en cuenta, estas son las vías por las que nosotros tratamos de colaborar para que la Tierra sea un lugar mejor:

 

 

Y tú, ¿cómo luchas contra el cambio climático?

 

 

 

Noticias relacionadas

6 amenazas ambientales para el planeta… humano

La educación ambiental como herramienta para la conservación de la naturaleza

Día Mundial de los Ríos: soluciones para el estado crítico de nuestras aguas

Turismo cultural y natural como recurso para combatir la despoblación

Experiencias de erradicación de especies exóticas invasoras (EEI) en el medio fluvial